Una costurera prometió no trabajar los sábados.
El diablo la tentó y ella olvidó su voto.
Como castigo, sus manos estaban retorcidas.
Varios remedios no la sanaron,
y las peregrinaciones a numerosas iglesias
fueron igualmente ineficaces.
Finalmente, fue a Chartres
y se arrepintió, llorando.
La Virgen la curó.
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